Antes brujas, ahora locas

Durante siglos, las mujeres han sido perseguidas, torturadas y ejecutadas por el simple hecho de desafiar el orden establecido. Eran curanderas, comadronas, mujeres sabias o, simplemente, vecinas incómodas. A todas se las castigó por existir fuera del molde. A todas se las llamó brujas. Hoy en día no levantamos hogueras en las plazas pero se sigue alimentando un fuego más silencioso y persistente. La etiqueta ya no es bruja, ahora es loca, histérica, exagerada, manipuladora.

Y aunque cambiemos las palabras, la raíz es la misma: el intento de invalidar, silenciar y disciplinar a las mujeres cuando su voz incomoda.

La hoguera de ayer: un dispositivo de control

La caza de brujas no fue un estallido irracional de superstición. Fue un mecanismo político, económico y social. Alrededor de esas hogueras se reforzó un mensaje contundente: la autonomía femenina es peligrosa. Cualquier mujer que supiera demasiado, hablara demasiado o viviera demasiado libre podía convertirse en sospechosa.

En un tiempo en que los libros médicos eran escritos por hombres, las curanderas eran una amenaza. En una sociedad que necesitaba disciplinar la sexualidad femenina, la mujer que vivía sola despertaba inquietud. Y la que expresaba rabia… esa sí que ardía con rapidez.

El diagnóstico de hoy: patologizar para callar

Si ayer la acusación de brujería justificaba el castigo, hoy lo hace la patologización. Porque antes éramos brujas, ahora locas. Cuando una mujer denuncia violencia, se la cuestiona. Cuando se enfada, se la llama exagerada. Cuando exige derechos, se la acusa de radical. Cuando persiste, entonces es inestable o una dramática.

El objetivo es similar: deslegitimar nuestra voz.

Muchos discursos contemporáneos replican patrones de siglos pasados. La violencia machista se minimiza, se convierte en anécdota, en “problema doméstico”. Las víctimas ven su testimonio sometido a exámenes casi inquisitoriales. La sociedad todavía pregunta a la mujer qué hizo para provocar la agresión, del mismo modo que en los juicios por brujería se preguntaba cuál de sus pactos la había condenado.

Del suplicio físico a la violencia psicológica y social. De brujas a locas.

La violencia se ha transformado, pero no ha desaparecido.

  • Ayer: tortura física, confesiones arrancadas entre hierros y dolor.
  • Hoy: violencia psicológica, amenazas, manipulación emocional, aislamiento económico.

Ya no se necesita la horca: basta con una campaña de desprestigio, con un diagnóstico no solicitado, con la burla sistemática que recorre redes, casas y oficinas.

Resistencias que se repiten

Así como hubo mujeres que enseñaron a otras a sobrevivir a la sospecha, hoy existen redes que ayudan a las víctimas de violencia a rehacerse y nombrar lo que antes se mantenía escondido. De la misma manera que las antiguas brujas se transmitían saberes prohibidos, las mujeres actuales comparten métodos para protegerse, leyes que las respaldan, terapias, refugios, palabras nuevas.

Las hogueras ya no iluminan la noche, pero la memoria de sus llamas sigue viva. Nos recuerdan lo que ocurre cuando el miedo se convierte en política y cuando la libertad femenina es interpretada como amenaza. Que antes nos llamaban brujas y ahora locas.

Antes brujas, ahora locas… ¿mañana qué?

La historia de las mujeres es una historia de renombramientos. Cada época ha creado su etiqueta para intentar reducirlas: bruja, histérica, desviada, loca. Pero también es una historia de resistencia. Cada vez que una mujer levanta la voz y se niega a ser reducida a un insulto, rompe un hilo más de esa vieja red de control.

Las que hoy son llamadas locas, quizá sean recordadas mañana como lo que realmente son: mujeres que se atrevieron a vivir sin permiso.

Porque la pregunta nunca fue por qué ellas ardieron, sino por qué nosotros seguimos encendiendo hogueras.

Por una escritora que no olvida la memoria de las que fueron silenciadas ni la voz de las que aún resisten.

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