
Hace unos días tuve el privilegio de que me invitasen al Certamen de Novela Histórica de Úbeda (en breve subiré un post al respecto con todos los detalles y fotos del evento), y un tema recurrente en las diferentes presentaciones de los compañeros fue este: ¿escribimos novela histórica o historia novelada?
Cierto es que la novela histórica es un género fascinante porque nos permite asomarnos al pasado desde la ventana de la ficción. Pero esa misma combinación de elementos —historia y narrativa— plantea una pregunta que divide a escritores, lectores y críticos: ¿debe una novela histórica ser estricta con las fechas y los datos, o puede el autor tomarse licencias creativas en favor de la trama?
Ficción versus datos históricos
Por un lado, están quienes defienden el rigor histórico con uñas y dientes. Para ellos, si un autor va a ambientar su historia en el Imperio romano, en la Revolución francesa o en el Medievo español, debería hacerlo con fidelidad a los hechos documentados. Las fechas, los nombres, los acontecimientos y hasta las costumbres deberían ser exactos, porque el lector puede tomar esa obra como una forma de aprender historia. En ese sentido, el escritor tiene cierta responsabilidad ética de no tergiversar el pasado.
Este enfoque tiene su lógica. Por ejemplo, si leemos una novela que habla de Napoleón muriendo en Trafalgar en lugar de en la isla de Santa Elena, algo no cuadra. La línea entre novela y desinformación podría volverse borrosa. Además, hay lectores que llegan a la novela histórica precisamente buscando aprender y conectar emocionalmente con personajes y épocas reales. Si la novela histórica no respeta los hechos, puede dar una visión distorsionada de la historia.
Ahora bien, el otro bando —igual de numeroso y apasionado— sostiene que la novela histórica es, ante todo, ficción. Y como ficción, su objetivo principal no es enseñar, sino contar una buena historia. Para lograrlo, a veces es necesario mover una batalla unos meses, inventar un personaje clave o imaginar diálogos y pensamientos de personajes históricos. ¿Por qué no? Si Shakespeare pudo matar a Julio César en una obra en inglés del siglo XVI, ¿por qué un novelista actual no puede hacer que Juana de Arco escape de la hoguera y se convierta en pirata?

Tranquilo, lector de historia novelada, que puedo ver cómo te echas las manos a la cabeza con desesperación ante mi última sugerencia. Deja que me explique.
La trama frente a la realidad histórica
Este enfoque imaginativo aportado en el apartado anterior defiende que los escritores de novela histórica no tenemos que ser historiadores, sino narradores. Nuestras herramientas no son en exclusiva archivos históricos, documentación de la época o los artículos universitarios, también debemos usar la imaginación. Si cada novela tuviera que ser completamente fiel a los hechos, se parecería más a un libro de texto que a una obra literaria. Y la literatura, al fin y al cabo, vive de emociones, de conflictos, de personajes que respiran, no solo de cronologías.
Quizá el punto medio sea el más sensato: una novela histórica debe respetar el espíritu de la época, los grandes eventos y las dinámicas sociales, pero también tiene derecho a jugar con los detalles. No se trata de inventar que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial (aunque incluso eso puede dar lugar a una ucronía interesante), sino de construir una historia verosímil que honre el pasado sin estar encadenada a él.
Conclusión
En definitiva, la novela histórica camina en la cuerda floja entre el dato y la imaginación. Y quizás esa sea justamente su magia: permitirnos vivir la historia, no solo conocerla. Con un pie en el pasado y otro en la ficción, para los escritores de novela histórica lo más importante es lograr que el lector se emocione, se intrigue y, si es posible, hacerle reflexionar sobre un pasado que bien podría repetirse en un futuro.























