
Cuando pensamos en el siglo XVII en tierras catalanas, lo primero que se nos viene a la cabeza son guerras, revueltas y tensiones con la monarquía hispánica. Pero, entre tanto ruido de espadas y discursos de poder, hay una historia menos conocida que merece su espacio: la de los gabachos en Cataluña.
Sí, aunque suene sorprendente, en pleno siglo XVII hubo un flujo constante —aunque no masivo— de franceses que llegaron al Principado, sobre todo a las comarcas del norte como el Rosellón (que, spoiler alert, acabaría siendo francés tras el Tratado de los Pirineos en 1659). Aunque los hubo por todo toda Cataluña, incluyendo Barcelona o como en el caso de las protagonistas de mi novela, Por bruja y hechicera, en la próspera villa de Terrassa y alrededores.
¿Quiénes eran estos gabachos?
No estamos hablando de grandes nobles ni de enviados del rey de Francia. Nada de eso. La mayoría de estos gabachos en Cataluña eran campesinos, artesanos, comerciantes e incluso soldados desertores que buscaban nuevas oportunidades o, simplemente, escapar de la dura situación en su país, donde las guerras de la religión, entre católicos y protestantes calvinistas, no daban tregua.
Al otro lado de los pirineos encontraban tierras cultivables o trabajo en las villas, como la de Terrassa, con necesidad de mano de obra para el creciente negocio del gremio textil. Además para estos inmigrantes franceses la cultura catalana, aunque distinta, no les era del todo ajena.
Mezclarse: el arte de la supervivencia de los gabachos en Cataluña
A diferencia de otros procesos migratorios más forzados o marcados por tensiones, muchos de estos inmigrantes franceses lograron integrarse con relativa facilidad. En los pueblos pequeños, se casaban con las catalanas, adoptaban el catalán (muy similar en aquella época al occitano) y se sumaban a la vida comunitaria.
Los registros parroquiales del siglo XVII muestran nombres franceses adaptados al estilo catalán: un “Pierre” que pasa a ser “Pere”, un “Jean” que se convierte en “Joan”.
Eso sí, la cosa no siempre fue un camino de rosas. Durante momentos de tensión política, como la famosa Guerra dels Segadors, ser francés podía ser una ventaja… o una condena, dependiendo de a qué lado del conflicto estuvieras.

Recordemos que en plena revuelta catalana contra el poder de Felipe IV, muchos catalanes vieron a Francia como aliada, al menos temporalmente. Y ahí, los gabachos en Cataluña jugaban un papel ambiguo: ¿eran refugiados, bandidos, colonos o espías?
El legado (in)visible de los gabachos en Cataluña
Aunque no dejaron catedrales ni grandes palacios, la influencia de estos gabachos en Cataluña se puede rastrear en la toponimia, en apellidos que aún hoy suenan “un poco raros” en ciertas zonas, y en pequeñas tradiciones locales que mezclan lo francés con lo catalán. Además, contribuyeron al comercio transpirenaico, y algunos llegaron a ser piezas clave en el contrabando entre ambos países(porque no todo era trigo limpio en esos tiempos).
En resumen…
Los inmigrantes franceses del siglo XVII en Cataluña no fueron protagonistas de los libros de historia, pero sin duda fueron parte importante de esa historia. Gente corriente, que con sus manos, su lengua y su cultura, sumaron un matiz más a la rica paleta que es la identidad catalana. Y como suele pasar, es en los márgenes donde se encuentran las historias más sabrosas.